Ingreso no autorizado


Cuento, de Alfredo Marón. Inspirado en los despidos que se realizaron en la Superintendencia de Riesgos de Trabajo (dependiente de Nación) que está funcionando en las distintas delegación de la Subsecretaria de Trabajo y Seguridad Social (Provincial).


…porque el infierno es el subsuelo de uno mismo…

 

El oficinista/ Guillermo Saccomano

 

 Cayetano se convence todas las noches de su felicidad. Es mejor hacer el esfuerzo de sentirse bien con lo que uno hace todos los días, que buscar la basura de la propia existencia entre las horas, los minutos y segundos de la jornada de trabajo. Es como meterte el dedo para vomitar, piensa antes de irse a dormir.

 

Cayetano deja el auto en la playa de estacionamiento, saluda como todas las mañanas al tipo de la casilla, se acomoda la camisa, repasa el pelo corto y parejo con su mano y entra en el edificio. Marca el ingreso con el dedo índice: “autorizado” repite la maquina a las 07:55. La sonrisa de siempre al de la mesa de entradas, sube dos pisos, y en el tercero hay cuatro puertas, una de ellas es su oficina. Se ubica en la silla, apoya los brazos sobre el escritorio y se queda unos segundos mirando su espacio, organizando, controlando o quizás sin pensar  solo se pierde y disfruta. Saca una pequeña llave de su bolsillo y abre los cajones del escritorio. Empiezan a llegar sus compañeros, lo sabe porque hacen exactamente los mismos ruidos que él desde que entró. Todo se repite en la oficina de al lado,  en la otra y casi como un murmullo en la que sigue. Firma, acomoda, rompe, sella  y dobla papeles. Cierra los cajones con llave, acomoda la silla en su lugar, apaga la luz, marca la salida: “autorizado”, 12:01, cierra la puerta y se va.

 

Ese es Cayetano.

 

Deja el auto en la playa, saluda al tipo de la casilla, se acomoda la camisa, marca el ingreso, sube a su oficina, se queda mirando, abre los cajones, escucha el eco en las demás oficinas, firma, acomoda, rompe, sella y dobla papeles, cierra los cajones y se va.

 

Así son los días de Cayetano.

 

Deja el auto, saluda, sube, marca, mira, abre, escucha, firma, acomoda, rompe, sella, dobla, cierra y se va.

 

Sabe que todos sus movimientos son imprescindibles en la oficina. Para cerrar primero hay que abrir, para firmar hay que tener el papel sellado. Esto le da algo de seguridad a Cayetano; Se niega a ir más allá en sus cavilaciones, alguna vez se le cruzo por la cabeza que solo son necesarios sus actos y no él, pero a todo empleado de años de antigüedad, le gusta pensar que tiene puesto un numero de inventario, que es parte del mobiliario. Eso también le causa risa y orgullo.

 

Hoy se siente diferente, como si fuera otro. Y eso que es miércoles, debería ser igual al lunes, martes, jueves y viernes.

 

El sol lo encandila al salir de su casa, percibe su tibieza y le da un escalofrió. Llega a la playa de estacionamiento, acomoda su auto y camina lento, muy lento hacia el ingreso del edificio donde trabaja. Busca a Roque para saludarlo, pero no lo encuentra, no está en la casilla. Cayetano hoy no se ha arreglado la camisa ni corregido el pelo con la mano. Apoya el dedo en la máquina de control horario: “Ingreso no autorizado, vuelva a intentarlo”. Prueba otra vez: “Ingreso no autorizado, vuelva a intentarlo”. Cayetano pasa de largo y va directamente al ascensor. Busca en los botones el tercer piso, el de su oficina, pero no lo encuentra. Del número dos salta directamente al cuatro. El tercero no figura en la botonera. Decide llegar hasta el cuarto piso y de ahí bajar por las escaleras. Se abre la puerta del ascensor, sale y se cierra. Baja escalón por escalón con la mirada hacia abajo, camina lento, muy lento. Llega al tercer piso. Solo un pasillo pero ninguna puerta, no hay nada. El olor a caca de ratas y hojas húmedas de papel le hace acordar al subsuelo del edificio. Explora el corredor apoyando su mano sobre la pared y llega hasta el final. Siente hambre, sed y sueño, todo al mismo tiempo.  Se levanta y camina hasta la otra punta buscando la salida, intentando dar con la escalera por donde bajo del cuarto piso, pero no la encuentra. Va y viene, recorre una y otra vez el pasillo. No hay salida. Se saca los zapatos, las medias y siente la alfombra en la planta de sus pies, los frota varias veces contra el piso. Hace lo mismo con sus manos, las pasa lenta y suavemente por la alfombra. Reptando avanza unos metros y se acuesta mirando hacia arriba. Respira profundo, se pierde en el tubo fluorescente, el único que hay en el pasillo. Ve como se prende y se apaga, prende y se apaga, hasta que se paga y no vuelve a encender. Le ajusta el cinturón, lo desabrocha y siguiendo el impulso hace lo mismo con el botón del pantalón. Se lo saca. También la camisa y el calzoncillo. Ahora se sienta en medio del pasillo oscuro, sus ojos se dilatan y solo ellos se acostumbran a la penumbra.

 

Jueves, viernes, sábado, domingo…

 

Cayetano sigue desnudo/ encerrado  oscuro/ cómodo sobre la alfombra/ se ríe / y llora a la vez.

 

Miércoles 9 de Marzo de 2016. Cayetano, uno de los inspectores despedidos de la Subsecretaria de la provincia de Mendoza.

 

Alfredo Marón 03/2016

 

Nota del autor: 

Esto (si bien literario) surge de los despidos que se realizaron en la Superintendencia de Riesgos de Trabajo (depende de Nación) que está funcionando en las distintas delegación de la Subsecretaria de Trabajo y seguridad social (Provincial) Ese día se despidió sin previo aviso en todos las delegaciones a todos los inspectores. Los inspectores son los que hacen las inspecciones en las empresas por las registraciones laborales y trabajos en negro y las inspecciones en higiene y seguridad. En San Martín, se despido a cuatro o cinco, entre ellos, Pablo, Virginia, Carolina, todos amigos.