Alfredo y Marta


“Con el Loco éramos reamigos. Era un tipo excepcional, un amigo de fierro. Era grandote y bueno pa´ las trompadas. Vos ibas a la casa del Loco y en la pieza tenía un póster del Che Guevara, otro de Perón…Tenía montones de libros. Siempre estaba leyendo a Marx. Le justaba jugar al fútbol, era buenísimo. Un cinco de aquellos, fanático de Boca. Era un chastrín para vestirse. Andaba siempre así nomás”.


El tiempo pasó pero todavía se hace silencio. La gran mayoría prefiere no hablar, olvidar lo poco que todavía recuerdan. Si se los apura hablan en un murmullo confuso,  apenas audible, escamoteado. Es mejor engañarse y seguir creyendo que acá, en esta ciudad pueblo, nunca pasó nada. O lo que pasó ya pasó y ya no tiene sentido recuperar esos tiempos, ni siquiera por un instante.

 

Quizás por eso cuando a Alejandro Ravazzani se le ocurrió saber más, no le fue tan fácil. “Es la primera vez en treinta años que alguien viene a preguntarme por él”, le dijo Élida Leroux cuando en 2006 le fue a consultar sobre su hijo Alfredo.El joven Ravazzani quería hacer una monografía,  que tiempo después iba a ser premiada y publicada por el Ministerio de Educación de la Nación (http://www.me.gov.ar/a30delgolpe/home/pdf/movilizacion/09alfredoymartamontoneros.pdf), y deseaba saber qué pasó en San Martín en los años de la dictadura y también en los previos de la sangrienta Triple A.

 

Para eso hizo foco en las historias de Alfredo Leroux y de su esposa, Marta Saroff de Leroux. “Este tema nos permite, además de narrar una historia local acerca de la época en cuestión, conocer los movimientos sociales, las formas de participación política de dicha etapa y los mecanismos de represión, previos y posteriores al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976”, dice el autor en la introducción de su trabajo. Alfredo Armando Leroux nació en 1951, en San Martín, y los convulsionados años 70 lo encontraron en el fin de la adolescencia. Era hijo de Armando, un albañil que trabajaba para la bodega Greco Hnos y que en temporada en la producción. Su madre Elida Orlandi  era ama de casa.

 

Ravazzani trazó un perfil de Alfredo después de entrevistar a familiares y amigos y lo definió como “despreocupado, con buen humor e inquieto políticamente”. Oscar, un compañero de secundaria, dijo que “Con el Loco éramos reamigos. Era un tipo excepcional, un amigo de fierro. Era grandote y bueno pa´ las trompadas. Vos ibas a la casa del Loco y en la pieza tenía un póster del Che Guevara, otro de Perón…Tenía montones de libros. Siempre estaba leyendo a Marx. Le justaba jugar al fútbol, era buenísimo. Un cinco de aquellos, fanático de Boca. Era un chastrín para vestirse. Andaba siempre así nomás”. “El Loco era inteligente. No estudiaba pero le sobraba para salir bien en las pruebas , pero se mandaba cada joda... porque era de hacer jodas. Me acuerdo la profesora Amprino siempre decía que el Loco iba a terminar mal...”.

 

La madre de Alfredo recuerda: “Él fue a la escuela Comercial. Ahí se encontró con una profesora de geografía y le gustó como pensaba ella. Alfredo tendría 17 o 18 años. Pero desde antes mi hijo decía que él no iba a ser un esclavo como su papá. Ya hablaba de la explotación de los patrones y decía: Yo no”.

 

Para 1968 o 1969 Alfredo ya estaba definido políticamente. Nilda Rosa Zarate, su profesora de Geografía, que era militante peronista y después se unió a Montoneros, fue muy influyente en la vida del joven, que ya rechazaba “los modelos socioculturales heredados y se empeñaban en la construcción de una cultura diferente de la recibida por sus padres”, define Ravazzani.

 

En 1971 se conforma la Regional Cuyo de Montoneros. En San Martín el contacto era Julio Carricondo y la profesora Zarate y sus hermanas, “que suman a la organización a Alfredo Leroux, Marta Saroff, Roque Moyano y otros jóvenes del departamento. Alfredo era del grupo de jóvenes que, teniendo una orientación de izquierda, reinterpretaban el peronismo como el único movimiento que congregaba a las masas de trabajadores y que por ello era potencialmente revolucionario”. Marta Elida de Lourdes Saroff nació el 13 de febrero de 1950, en San Martín. Su padre Manuel era empleado de la La Campagnola. Su madre Ana Insegna era ama de casa. Marta se recibió de maestra en el Instituto San Vicente de Paul y trabajó en la sucursal de Palmira del Banco Los Andes. “Era una mujer de fuertes convicciones peronistas, de carácter fuerte y temperamento enérgico”, cuenta el autor de la monografía. Sus compañeros la definieron así: “Tenía “el perfil típico de la militante Montonera, por su entrega y compromiso. Una militante de fierro. La Marta tenía más huevos que muchos de los otros muchachos. Porque Montoneros era eso: sangre, sudor y huevos”. María Eva, hija de Alfredo y Marta, le contó a Ravazzani que “mi vieja se metió primero al peronismo. Ella si era muy seguidora de Perón, de la línea bien vertical, pero su sueño era estar en Montoneros. Un día en la calle, días previos a que Montoneros pasara a la clandestinidad, ella iba con mi tía y alguien se le acercó y le dijo: Mirá, no te des vuelta, seguí caminando, nosotros sabemos que vos querés entrar en Montoneros, pensalo... y después nos avisás... Mi vieja estaba feliz. Feliz de la vida”.

 

Alfredo y Marta se conocieron en una reunión montonera y se casaron en octubre de 1973. A sus compañeros y familias le enviaron la siguiente invitación: “Juventud Peronista. Regional VI. Distrito III. Te comunica que el día 18 de octubre, SAN PERÓN, se casaran nuestros compañeros, militantes de la causa popular, Marta y Alfredo, en la ciudad de Gral. San Martín. Octubre mes de la Lealtad y Fe Revolucionarias. VIVA LA PATRIA. PERÓN O MUERTE.”

 

Tratar entender hoy las decisiones de Alfredo y Marta y de todos los jóvenes que tomaron ese camino en los 70 es casi imposible. Pilar Calveiro (“Política y/o violencia” - Buenos Aires – Editorial Norma, 2005”, dice: “Los actos de los jóvenes que participaban en política hace treinta años resultan incomprensibles, aun para ellos mismos, si se pretende analizarlos desde la lógica actual, porque se trata de dos lógicas distintas, inconmensurables entre sí”.

 

El 18 de mayo de 1974 nace la primera hija del matrimonio, María Eva y en abril de 1976 nace Fernando, el segundo niño. Entre tanto Alfredo y Marta se multiplican. Él instala en la calle Almirante Brown una imprenta que luego sería allanada muchas veces y en donde solo se encontraron panfletos de la organización, denunciando el trato a que eran sometidos los presos de la Penitenciaria provincial. Además realiza trabajo social en diversos asentamientos de San Martín, principalmente en el Horqueta Chica. Allí Marta daba clases de apoyo escolar, mientras Alfredo conseguía que se colocara agua potable y, junto con las hermanas Zarate, instalaban una pequeña enfermería. “Él iba a enseñarles. Les decía que ellos pertenecían a la sociedad y que tenían derecho de reclamar, que se organizaran”, recuerda la madre de Alfredo.

 

Después también repitieron ese trabajo en San Juan. A ambos solo se los pudo relacionar con actividades propagandísticas y de organización, pero no en actos violentos, salvo alguna bomba panfletaria. Pese a ello las casas familiares de ambos fueron allanadas varias veces y sus padres detenidos. El 20 de noviembre 1976 en Cañadón Negro, en San Juan,  es ametrallado Armando Alfredo Leroux (Legajo CONADEP 7151) y secuestrada y desaparecida su esposa Marta Elida Saroff (Legajo CONADEP 4718 – 5209).

 

En San Martín apenas murmuran cuando se pregunta sobre ellos. La monografía de Alejandro Ravazzani comienza con una cita de Rodolfo Walsh: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de los hechos anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. 

 

Enrique Pfaab