Rafael Bielsa / En exclusivo para"El Mordisco"


Mientras en el Hotel Hermitage de Mar del Plata, el viernes 4 de noviembre de 2005, se sucedían las retóricas iniciáticas de la IV Cumbre de las Américas, yo tenía –en tanto Canciller argentino- preocupaciones adicionales a las protocolares y auditivas. Distintas versiones, alentadas y exaltadas por cierta prensa aborigen, indicaban que si no había acuerdo sobre incluir en la declaración final un señalamiento inequívoco sobre la reanudación de las negociaciones acerca del ALCA, el Presidente George W. Bush no vendría a Argentina. “El hombre más poderoso del mundo”, escandalizaban con cierto toque de parroquialismo.

 



Discutíamos con la Secretaria de Estado Condoleezza Rice lo que en diplomacia se llama “wording”, esto es, el texto consensuado de un acuerdo. En mi habitación del hotel, la imaginación y la clara instrucción política de Néstor Kirchner de no conceder lo perjudicial para nuestro país y la región, convivían con las sonrisas socarronas que imaginábamos dibujarse en quienes deseaban que Bush no viniera, lo que iban a presentar como un ridículo de la diplomacia argentina y del país.

Redondeamos un texto y se lo leímos a Rice. “No es eso lo que necesitamos”, nos respondió. No era lo que necesitaban los EE.UU., tradujimos, antes de volver a las vocales y las consonantes.

Como escribas monásticos en nuestro “scriptorium”, los manuscritos pasaban de mano en mano. Entretanto, no todas las contorsiones retóricas se quedaban en palabras. Mientras en los pisos de arriba torturábamos las expresiones, en el salón de los discursos de recepción hablaba Néstor Kirchner.

Conservo la grabación completa de las jornadas del viernes y del sábado, en video y en audio. Por razones que tienen que ver con el modo como administro mis afectos, no la he vuelto a ver desde que murió el ex Presidente. Pero soy capaz de releer lo que el Presidente argentino dijo en aquella ocasión.

Hablaba de crear “trabajo decente”. Nunca me llevé bien con esa expresión, ni con la de “trabajo digno”. No hace mucho leí un reportaje hecho a Julio Zarza, comunicador de los sectores más vulnerables de la Ciudad de Buenos Aires. “Mi padre era albañil, mi madre ama de casa y trabajaba en el servicio doméstico”, contó. “Mi vieja, una luchadora. Hasta el día de hoy, la imagen que tengo de ella es levantándose a las cinco de la mañana, a veces acostándose a las tres, haciendo arreglos de ropa con la máquina de coser; dentro de ese contexto, haciendo lo mejor para nosotros. Muchas veces se habla de ‘vivienda digna’ o ‘trabajo digno’. En ningún momento puedo decir que lo que pasé fue indigno, porque nadie puede dar el valor de dignidad que había en todo eso, que para mí fue grandísimo”.

El viernes 4 de noviembre de 2005, promediando la tarde, Kirchner no hablaba sólo de trabajo decente. Aquélla uniformidad pretendida por lo que dio en llamarse el “Consenso de Washington”, decía a sus huéspedes, dejó evidencia empírica respecto del fracaso dichas teorías. “Nuestro continente, en general, y nuestro país, en particular, es prueba trágica del fracaso de la ‘teoría del derrame’”. Le pareció poco y añadió: “… en nuestro país, con mucho esfuerzo compartido, pero sin ayuda alguna del Fondo Monetario Internacional, tras reducir en términos netos más de 14.900 millones de dólares nuestra deuda con organismos multilaterales de crédito, y obtener una exitosa reestructuración de la deuda, superando el default, hemos logrado importantísimos avances en (la) lucha por la equidad”. Para ir redondeando, agregó que existía un claro consenso internacional en torno a la necesidad de reformar y actualizar los organismos surgidos de Bretton Woods, así como respecto de la necesidad de “… introducir mejoras en el funcionamiento del sistema financiero para una economía globalizada”. No fue sólo lo que dijo, sino ante quien lo dijo, quién lo dijo y cuándo lo dijo. El tiempo es veloz, como canta David Lebon.

De pronto sonó el teléfono en mi habitación: era la Secretaria de Estado al habla. Cuando atendí, escuché por detrás de la voz de mi colega un ruido uniforme como de marea que subía. Le leí el párrafo en el que estábamos y le pregunté su opinión: “Es horrendo”, escuché que decía. También escuché el rumor de la marea.

Pero no era un fenómeno marítimo, sino las turbinas del Air Force One, el avión presidencial estadounidense. Supe que habían embarcado y estaban volando hacia Mar del plata, donde los esperaba un operativo de seguridad con más de 7500 agentes. También la Anticumbre, en la que Hugo Chávez y Maradona harían de las suyas. Chávez haría más de las suyas en el curso de las sesiones plenarias.

Supe que la suerte estaba echada, fuese ésta cual fuere. Habíamos sido capaces de organizar la IV Cumbre, a pesar de las dudas mordaces y tenaces de alguna prensa atlantista. Bush aterrizaría a las 20:07, bajo una llovizna disfrazada de bruma espesa. Néstor Kirchner y Hugo Chávez, acompañados de un Mercosur enhiesto como nunca harían historia.

Las sesiones plenarias comenzaron en la mañana del sábado 5. Una mañana como un Aleph borgiano: el universo entero, todos los tiempos, pasado, presente y futuro, el infinito, el ojo de Dios. La tormenta comenzó a poco de andar: presidida por el Presidente Néstor Kirchner, la sesión exhortó a los mandatarios a referirse a la necesidad de promover el desarrollo a través de la generación de empleo. Ya se sabe que no son ni parecidos los empleos en Canadá o en Paraguay. Rápidamente el premier canadiense Martin y Bush lo pusieron en blanco sobre negro, considerando que las condiciones laborales en sus países eran un derecho constitucional y que pretender idénticos términos en nuestros países era una extorsión. Curiosamente, Fox –Presidente de México- tomó partido por los países donde se trabaja en condiciones más dignas de lo que se trabajaba en el suyo. Kirchner le espetó a los tres: “no han sido invitados para que nos vengan a patotear”. Se produjo un silencio. Los traductores hesitaron. Los hispano parlantes se erizaron, de satisfacción o de temor reverencial. Luego todo continuó in crescendo.

Pasado el mediodía, algunos fuimos a un recinto contiguo a conversar sobre cómo seguíamos. Recuerdo a Lula, a Vázquez, a Celso Amorin, el canciller brasileño, a Kirchner.

Cuando regresábamos para hundirnos en el pandemónium, Lewis (vicepresidente y Canciller panameño), interceptó a Kirchner, que hablaba conmigo. “Presidente, Presidente y amigo: una pequeña concesión, se lo pido, un esfuerzo más. Le ponemos una fecha, fíjese, sólo la fecha de continuación de las negociaciones por el ALCA a la declaración final, y esto termina de fiesta”. Kirchner se detuvo como poseído por un relámpago interior: “Panamá, ¿no?, Panamá… Si lo llegara a escuchar el General Torrijos, se revolvería de asco en su tumba”. El panameño se escurrió como el agua de lluvia por un desagüe.

Caminamos dos pasos más y sentí la mano de Kirchner sobre mi espalda: “Ahora, presidís vos”. Mejor me hubiera hecho cargo de cortarle las cabezas a la hidra de Lerna.

Miré la sala, a los mandatarios ocupando sus lugares, me dirigí hacia la presidencia y recordé que existe un gremio más temible que el de los corsarios, si tuvieran gremio, que es el de los traductores. Teníamos multilingüismo exactamente hasta las 18 horas. Ni un segundo más. Era como resolver un cubo de Rubik, salvo que orgánico y con hora de vencimiento.

Tengo muchos recuerdos de aquellos momentos, pero Chávez es el excluyente. Pidió la palabra; estaba rodeado de libros usados y tenía un portalápices con muchos de ellos de punta afilada. Como su retórica. A los diez minutos pretendí dar paso al próximo expositor. “Bielsa”, me dijo, “pero Bielsa, si no me dejas hablar me ahogo”. Allí vino lo mejor.

“El ALCA”, desgranó volcánico, “proyecto del ALCA, “es un tratado de adhesión y una herramienta más del imperialismo para la explotación de Latinoamérica”. Cito de memoria, pero en el lugar en donde arde.

Luego, uno por uno, fue dirigiéndose a los mandatarios de los países del CARICOM (Comunidad del Caribe): Antigua y Barbuda, Barbados, Dominica, Granada, Guyana, Jamaica, Saint Kitts y Nevis, San Vicente y las Granadinas… “Tú”, dirigiéndose a algún rostro que mostraba su ascendencia de abuelo esclavo, “tú, díme, que enciendes cada día el automóvil que te transporta con el petróleo que te envía la República Bolivariana de Venezuela, tú, ¿estás con Bush o con los pueblos libres del yugo imperialista?” Ví como cada uno de sus interlocutores, angloparlantes casi todos, bajaba la mirada ante aquella convicción demoledora.

Faltando segundos para las 18 horas las deliberaciones se cerraron con toda felicidad. En el lenguaje de la OEA, “… otros miembros (posición Mercosur y Venezuela) sostienen que todavía no están dadas las condiciones necesarias para lograr un acuerdo de libre comercio equilibrado y equitativo, con acceso efectivo de los mercados libre de subsidios y practicas de comercio distorsivas y que tome en cuenta las necesidades y sensibilidades de todos los socios, así como las diferencias en los niveles de desarrollo y tamaño de las economías”. Las condiciones no estaban dadas ni lo volvieron a estar. Como por entonces subrayó Néstor Kirchner, los subsidios y medidas paraarancelarias de los países desarrollados impiden que nuestros países crezcan genuinamente.

Todo ejercicio de memoria escrito al correr de la pluma corre el riego de la inexactitud. Pero aun inexacta, la justicia sigue siendo justa.

 

Rafael Bielsa

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