El Gigante del Este

Todo pueblo tiene su historia. Todo vecino tiene su vida atada a un recuerdo. Chapanay y su gente lo son la excepción. Allí supo existir una vida social intensa y feliz. La nota fue publicada originalmente el Diario Uno y las fotos son de Horacio Rodríguez.



Lucio Sapula fue rubio y hace 50 años tenía 18. Mira las dos hectáreas desoladas y recuerda: "Yo venía a bailar acá". Ahora, apenas camina lento. Hoy ya pocos pueden decir dónde queda el club San Carlos de Chapanay, pero allí está, todavía, casi al borde de la desaparición. Antes, mucho antes, supo ganarse el mote de Gigante del Este. Escenario de los carnavales más grandes de la región, escala estratégica para los artistas nacionales de mayor éxito en las décadas del '50, '60 y '70. Equipo de fútbol que supo pelear torneos del interior. Gloria de otros tiempos, demasiado lejanos e imposibles de recuperar.

 

Lucio fue joven y rubio. Ahora es el cuidador de un predio de dos hectáreas que deja presumir aquellos años.

 

"Por acá pasaban todos: Sandro, Palito Ortega, Monzón, Susana Giménez, Carlos Javier Beltrán, los grandes tangueros como Juan D' Arienzo, Juan Ramón, Los Ángeles Negros, Rimoldi Fraga, Elio Roca, Leo Dan... Todos pasaban por acá. Era el principal punto en Mendoza, y después se iban a Giol, a Pacífico... Por eso se lo llamaba el Gigante del Este. Y no era una vez cada tanto sino ¡todos los sábados!", recuerda Jorge Omar Ponce (58), que fue presidente del club y antes destacado futbolista del San Carlos de Chapanay.

 

Hay que irse para el norte, por el carril Chimbas. Hay que pasar el pueblo de Chapanay, casi un par de kilómetros, quizá tres.

 

"Todo empezó en medio de una finca, entre unos eucaliptos. Ahí estuvo la primera cancha", cuenta Ponce. No hay fecha precisa, pero se estima que fue en los años '20. Esa era tierra de la familia Von der Heyde, como casi todo San Martín. Después, pasó a manos de José Pepe Maineri y Héctor Galacho. "Ellos hicieron la bodega y eran los administradores del club", evoca Ponce.

 

Eran años de mucha producción, de buen precio de la uva y el vino. Cuatro familias vivían en una finca de cinco hectáreas y podían subsistir con ella.

 

Allí se hacían grandes bailes. "Se llenaba de micros. Venían desde todos lados", recuerda. Los principales eran los de carnaval, con disfraces incluidos. Mientras tanto, las divisiones de fútbol participaban en todos los torneos y eran parte de lo mejor del fútbol mendocino. La camiseta idéntica a la de River era respetada en todos lados y el club San Carlos se ufanaba de tener una de las mejores canchas del interior de la provincia.

 

Todavía están las ruinas de aquel pasado de gloria. La cancha todavía conserva un piso parejo y en buen estado. Sobre todo el lateral oeste hay gradas de pocos escalones pero bien construidas. Están las ruinas del túnel y de los vestuarios, que evidentemente han sido casi un lujo para la época y para un club mendocino.

 

Allí todavía están el enorme salón y el escenario en donde se presentaban los artistas. Una inmensa churrasquera para la cantina, un horno enorme para cocer los lechones y las empanadas, los inmensos baños para la multitud. Ahora todo eso se alquila por $1.500 para un cumpleaños o alguna fiesta similar y es el único ingreso que tiene el club. El otro ingreso son las cuotas de los últimos diez socios y, cada tanto, el alquiler de la cancha. Nada más.

 

"Organizamos algún bingo cada tanto, como para tratar de pagar el agua potable, la luz, el agua de riego y mantener la personería jurídica", cuenta Aníbal Guevara, actual presidente "porque nadie quería serlo", y dice que tratará de "ordenar todos los papeles cuando termine la cosecha", mientras se prepara para seguir cargando tachos al hombro.

 

La declinación del San Carlos no es una rareza. A muchísimos clubes de los distritos mendocinos les ha ocurrido lo mismo. Son muy pocos los que han logrado sostenerse y muchos menos los que han conseguido crecer.

 

Entre aquel pasado y este presente, cuando sólo los viernes a la noche y los domingos a la tarde algunos pocos hombres se juntan a jugar al truco o a las bochas, hay un quiebre que responde a razones muy diversas.

 

Una de ellas es que la firma de Maineri y Galacho quebró. La fecha coincide con el caso Greco y es muy probable que tenga alguna relación con él. Otro es que "quien traía los colectivos con la gente dejó de hacerlo y empezaron a ir a Giagnoni", estima Ponce. Pero también incidió la caída del fordismo, que derrumbó el sistema de producción hasta allí establecido y que también llevó a cambio de costumbres y una crisis social general.

 

"Hay que tener en cuenta, también, que actualmente todo está más o menos privatizado... hasta la vida de la gente", dijo un vecino.

 

Es difícil entender. También hubo cambio de costumbres y de conductas, muchas de ellas derivadas y generadas por los cambios económicos.

 

Vaya uno a saber. Seguro que hay explicación, pero difícilmente sea un solo motivo el que produjo el derrumbe de estos espacios sociales, en donde todos se juntaban realmente y no virtualmente.

 

Lucio fue rubio, alguna vez. Y fue joven. Pero hace mucho tiempo. Fue en los años en que el Club San Carlos de Chapanay era el Gigante del Este. Ya casi nadie recuerda esa época.

 

 

Enrique Pfaab

Fotos: Horacio Rodríguez

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